“Hemos decidido… implementar medidas para que quede la mayor cantidad de litio posible en la República Argentina para su industrialización para proyectos de agregado de valor” dijeron los gobernadores del litio en Argentina…
Jujuy es productora de carbonato de litio, y su gobernador está muy convencido… “Argentina produce litio y tiene que fabricar baterías de litio”.
¿Industrializar las materias primas?, nada lo impide…
Nos plantean la opción entre la producción y venta de materias primas frente a su industrialización. En vez de producir sólo carbonato de litio, sostienen que fabricar baterías es mejor… una falsa opción, y no siempre industrializar “agrega valor”. De todos modos, nada impide que cualquiera invierta en fabricar baterías de litio, comprando el carbonato al productor. Las materias primas están disponibles, cualquiera puede correr el riesgo, invertir y producir…
Producir materias primas y exportar, o industrializarlas localmente, no son opciones opuestas…
Parece que todos quieren fabricar baterías de litio… ¿vale
la pena? Veamos qué nos dice Santiago Dondo sobre el tema…
No hagamos fábricas de baterías
LA PRODUCCIÓN DE LITIO ES UNA GRAN OPORTUNIDAD PARA CAMBIAR LA ECONOMÍA DEL NOROESTE Y ENDEREZAR LA MACRO DEL PAÍS. PERO TODAVÍA ESTAMOS A TIEMPO DE ARRUINARLA. Por SANTIAGO J. DONDO - 12 de marzo de 2023
El litio puede cambiar la historia de varias provincias y de
la región del noroeste en general. La transición energética lo demanda, junto
al cobre y otros minerales, y el contexto mundial y regional abrió para
Argentina una enorme oportunidad. Hay expansiones y desarrollos en marcha, e
ilusiona el nivel de inversiones proyectadas. Es grandioso lo que puede
provocar esto en términos de desarrollo regional, nuevas empresas y empleo de
calidad (en definitiva, progreso y ciudadanía donde tanta falta hace). Todo
esto sin contar el enorme aporte que esta industria puede hacer, gracias a sus
exportaciones y generación de divisas, a estabilizar nuestra macroeconomía.
Para aprovechar esta oportunidad, debemos ser conscientes de que todavía
estamos a tiempo de arruinarla. Desplegar su potencial y hacerla realidad depende
de nosotros, y para eso hay cosas por hacer y otras por evitar.
Lo que debemos hacer es: ordenar la macroeconomía; trabajar en prevenir los cuellos de botella en infraestructura, proveedores, empleados capacitados; seguir mejorando en transparencia alrededor de este desarrollo; fortalecer capacidades de control ambiental y asegurar los beneficios para la sociedad, y sobre todo, para las comunidades de la zona.
Lo que debemos evitar son los tiros de los cazadores que, en
nuestra querida jungla, siempre acechan a los pocos animales que se mueven o
toman impulso. Entre esos tiros, uno es el aspecto tributario, y el otro es el
reclamo por “agregado de valor”.
Para aprovechar esta oportunidad, debemos ser conscientes de
que todavía estamos a tiempo de arruinarla. Hay cosas por hacer y otras por
evitar.
Respecto a la tributación, es indiscutible el derecho del
Estado a recibir un ingreso justo por el aprovechamiento de recursos públicos,
pero debería evitarse que los nuevos tributos o instrumentos para-fiscales sean
creados sin coordinación entre Nación y provincias (la carga tributaria es una
sola, a los ojos del inversor). Debería evitarse recaudar pensando en el corto
plazo, o sin medir el impacto sobre la inversión futura (buscar esquemas
progresivos). La discusión de ingresos al Estado debería incluir la variable
del destino, y los mecanismos de rendición de cuentas de esos fondos
adicionales. Es probable que sea tarde ya para evitar algunos de estos riesgos,
porque mientras escribo esto las provincias avanzan cada vez más fuerte. Como
ya acostumbramos decir: “Ojalá salga lo menos peor” o “que sea sin desgracia”.
La proclama de “agregar valor” (industrializar y no exportar
materia prima) está presente en el debate público. A este riesgo lo podríamos
llamar “almorzarnos la cena”. O, como dice un amigo cordobés, obviamente con
más gracia: “Quieren comer los chorizos y todavía no parió la chancha”.
Primera respuesta, que para muchos será noticia: Argentina
no exporta litio, sino subproductos de este metal que tienen mucho valor
agregado. Del salar se extrae salmuera, que contiene entre 100 a 1.200 partes
por millón (ppm) de litio, y lo que se produce y exporta no es esa salmuera,
sino carbonato de litio (o hidróxido de litio en un futuro), un producto
refinado con una concentración de litio de entre 150.000 y 190.000 ppm (es
decir: se alcanza una concentración en general de entre 500 a más de 1.000
veces de la que se extrae). Esta concentración y nivel de pureza se obtiene
mediante un proceso que incluye plantas industriales con tecnología avanzada,
ubicadas en la Puna. Síntesis: en Argentina ya existe la industrialización que
le agrega valor a la materia prima.
LA TRAMPA DE LAS FÁBRICAS DE BATERÍAS
Pero igual se insiste con que Argentina debe fabricar las baterías de litio. De esto habló nuestro presidente hace unos meses y escribió Oscar Parrilli hace unas semanas; la secretaria de Asuntos Estratégicos, Mercedes Marcó del Pont, dice estar desarrollando un proyecto sobre valor agregados del litio con las provincias, y los gobernadores también lo repiten.
¿Quién puede estar en contra de fabricar baterías en
Argentina? Por supuesto que nadie. También hay que celebrar los esfuerzos de
investigación de nuestros científicos, varios de ellos de talla mundial y cuyo
talento es un orgullo para el país. Incluso podría competir YPF en el negocio
de la producción de litio, como ya lo viene intentando hace varios años,
suponiendo que pueda hacerlo sin privilegios ni distorsiones.
El problema es que se habla de fabricar baterías desde un
idealismo (o ideología) que es voluntarista y peligroso. El litio no es la
llave maestra de la competitividad para fabricar baterías. Representa sólo
entre 8% y el 12% del costo, y en el 90% restante no sólo hay tecnología
compleja, sino también otros insumos y minerales críticos cuyo suministro es
hoy mucho más difícil de conseguir que el litio (como el cobalto, cuyo 70% se
produce en el Congo).
El litio no es la llave maestra de la competitividad para
fabricar baterías. Representa sólo entre 8% y el 12% del costo.
Imaginemos un inversor que se dedica a producir baterías y
le han comisionado que evalúe instalar una fábrica en el norte argentino. “Mi
principal preocupación ─diría este inversor– es: ¿puedo confiar en la
estabilidad jurídica y económica de este país para invertir miles de millones
de dólares en instalar un negocio de tanto volumen y margen chico?” Y se le
vienen a la cabeza las tantas crisis, el bajo respeto por la ley, los varios
cepos y varios dólares, y hasta la historia de la forestal Botnia. Piensa después:
“¿No será mejor, como hacen casi todos mis colegas, buscar una posición
geográfica más cerca de los grandes centros de consumo (China, Estados Unidos,
Europa, o al menos Brasil), y buscar más eficiencia en logística y costos?” Y
se le vienen a la cabeza los costos y riesgos laborales argentinos.
También se pregunta: “¿Cómo voy a garantizar mi
abastecimiento de cobalto, los nano materiales y otros insumos por los que
Occidente y China andan peleando por el mundo?” Y además de la dificultad
comercial, se le viene a la cabeza la restricción de importaciones. “¿Se
consolidará la producción de carbonato o hidróxido de litio en Argentina, como
para alcanzar un volumen que pueda abastecer a una mega-factoría?” Y se le
viene a la cabeza que una mega factoría como la de Tesla en Nevada precisaría
más de 100.000 toneladas de carbonato de litio por año, mientras que las dos
minas productivas de Argentina no llegaron a 40.000 toneladas en 2022.
Entonces aparece un argentino para alentarlo: “Hay más de 30, o casi 40 proyectos de litio. ¡Multiplicaremos nuestra producción por diez en menos de diez años!”. Pero el inversor sabe que de los anuncios viven los medios, los políticos y los mercados de valores donde cotizan las mineras. Entonces lo más sensato y prudente, por muchas razones, es aplicarle a tanto anuncio la respuesta del truco: “Los quiero ver en mesa”. Entonces contesta: “Si eso se concreta, sería positivo, porque al menos podríamos negociar un precio razonable para la provisión de carbonato o hidróxido de litio”. “Pero además ─agrega el argentino entusiasta─ el Estado va a regular este tema del litio, porque es estratégico. Van a limitar su exportación, imponer cupos de venta local a las empresas, quizás fijar precios o preferencias. Un Estado presente, para evitar una patria extractivista. ¡Todo eso te mejorará el precio y la facilidad de acceso al carbonato o hidróxido de litio!” Y el inversor, entonces, abrirá grandes sus ojos y se irá a evaluar otros lugares, pensando que si así tratan a los productores mineros, si algún día llegara a fabricar baterías me obligarán a fabricar autos eléctricos, o venderlas a precio regulado.
MODELO AUSTRALIANO O MODELO BOLIVIANO
En Bolivia, Evo Morales convenció a todos de que “no se llevarán nuestro litio si no es en unauto eléctrico boliviano”. Resultado: Bolivia no produce litio a nivel comercial a pesar de tener el salar más grande del mundo. Incluso en Chile, que hoy produce cerca del triple de litio que Argentina, las inversiones en desarrollos nuevos no avanzan porque la discusión del rol estatal, el esquema impositivo y los mecanismos para empujar la producción local de baterías, que llevan años, generaron incertidumbre. Hay que entender que el interés inversor en Argentina se explica porque, a pesar de los problemas macroeconómicos, el país no avanzó (al menos todavía) en imitar los modelos de estos vecinos del famoso triángulo.
Australia produce más de la mitad del litio del mundo, y más
del 90% lo exporta a China, en ocasiones incluso con menos valor agregado que
en Argentina. Con reglas de libre mercado, impulsan la producción para
aprovechar la ventana de oportunidad (la tecnología en torno al uso del litio avanza
a gran velocidad y nadie puede asegurar hasta cuándo se sostendrán estos
niveles de demanda y precios). Invierten en tecnología para abaratar los costos
de producir litio de roca (logrando que sea cada vez más competitivo con el de
salares). Y para agregar valor, se focalizan en desarrollar su sector de
proveedores a la minería (METS: mining equipment, technology and services), que
hoy ya emparda en tamaño al propio sector minero australiano, exporta por
27.000 millones de dólares, invierte 1.000 millones por año en investigación y
desarrollo, y motoriza la industria nacional de manera formidable: son cerca de
5.000 empresas, casi todas australianas y 60% pequeñas o medianas.
Australia produce más de la mitad del litio del mundo, en ocasiones incluso con menos valor agregado que en Argentina.
¿Cuál es el peligro de soñar con fabricar baterías? Primero:
que no hablan los fabricantes de baterías, sino los políticos. Los inversores
mineros conocen los casos de Bolivia, Chile y México. Al escuchar a los políticos
que hablan de esto en Argentina, incorporan a su análisis el riesgo de
estatismo, interferencias, restricciones en precios o exportaciones, y todo eso
desalienta la inversión. El segundo riesgo es que esos discursos van generando
expectativa en la ciudadanía, y sobre todo en las regiones mineras, y la
frustración de esa expectativa echaría más leña al fuego del conflicto que
aqueja a la industria minera. El tercero: la energía y tiempo que se gasta en
esto deja de emplearse donde realmente hace falta, que es en impulsar más la
producción, acompañar con infraestructura, y apoyar la creación y el desarrollo
de proveedores. Todo eso sí generaría un desarrollo regional inédito. Modelo
Australia.
Nacionalizar, forzar la industrialización, apelar a la soberanía
para todo, crear más empresas estatales (cajas negras), y creer que desde el
Estado se generan los negocios, es parte de la propuesta kirchnerista (un
“Estado presente” donde no ayuda, y ausente donde se lo necesita). Nosotros
creemos en la iniciativa privada.
¿Qué es el “valor agregado”?
El concepto de “valor agregado” se refiere al valor
económico que gana un bien cuando es modificado en el marco del proceso
productivo, es el valor económico que el proceso de producción le suma a un
bien. Desde el punto de vista contable, el “valor agregado” es la diferencia
que existe entre el costo de producción y el precio de mercado. Se calcula como
la diferencia entre el valor final del producto y la suma de los costos de los
factores de producción, insumos, remuneraciones, servicios, amortizaciones,
consumo de capital fijo e impuestos directos.
La definición de “valor agregado” no diferencia el tipo de
producción, ni contempla la ausencia de determinado proceso industrial, ni
nivel alguno de terminación del producto…
Valor agregado en minería
A partir de una idea de exploración, si la naturaleza nos
sonríe, y si todo sale bien, luego de invertir tiempo, conocimiento y dinero, se
logra convertir un recurso natural poco conocido, con una ubicación y tamaño indeterminados,
en reservas económicamente aprovechables… en una materia prima de uso industrial.
Ahora SI tenemos un yacimiento… se ha agregado valor… y eso que todavía no se
ha vendido nada.
Recién cuando comience la producción y venta del producto,
se puede calcular el “valor agregado” generado durante años de investigación, trabajo
e inversión.
Con minería, creando “valor agregado” desde la prospección…
Aplicando conocimiento, tiempo y dinero, la minería convierte recursos, de calidad, tamaño y ubicación desconocidos, en insumos de importancia industrial. Un proceso que empieza con una idea de exploración hasta llegar al desarrollo del proceso y de la mina. De esa forma la minería crea “valor agregado”, que recién se va a realizar plenamente cuando la mina entre en producción, generando trabajo, actividad económica y recursos tributarios.
Y si alguien desea arriesgar su tiempo y dinero en agregar
más valor a los productos mineros, bienvenido… que corra el riesgo y cree otra
industria…